domingo, 31 de mayo de 2015

Los cuerpos y las formas: El acoso no tiene normas


De lo particular a lo universal

Detallo la historia de una singular adolescente. Llamemosla "Equis". 

A los 13 años Equis entró en conflicto con su cuerpo. Nadie entendía. Es normal que en la etapa de cambios hormonales, transformaciones físicas, el cuerpo cambie sus formas y las adolescentes no tengan una reacción positiva, eso es de conocimiento general. Pero Equis nunca se sentía bien con su cuerpo. Algo le pasaba, algo hacía que nunca quiera usar bikini, ni compartir piletas con compañeritos de la escuela, ni ir a piletas públicas, ni usar escotes ni ropas apretadas. Algo le pasó a Equis, algo le marcó la vida, y ese algo desencadenó en un conflicto íntimo que pudo resolver con otro tipo de ayuda más allá del acompañamiento. Pero ese algo simboliza una actitud tan cotidiana que hasta sorprende.
Equis sentía pudor de sí, pudor de toda la compostura física, como si el cuerpo no fuese propio, como si estuviese mal mostrar algo tan natural como un cuerpo humano, como el de todxs. Más allá de toda apariencia y todo prototipo de belleza.
Todxs tienen su cuerpo y sus derechos, inicialmente de elegir qué hacer con ese cuerpo que les pertenece. Parece que todxs sí. Menos Equis.

Historia irrelevante

Equis tenía ocho años cuando sus tíos junto a primos y primas la invitan a compartir una tarde en una pileta pública. Inexplicable la emoción de una niña humilde de poder compartir una tarde con desconocidos en una pileta enorme, divina y con todos los lujos, el sueño de Disney, la fiesta poolparty de barbie veraniega. Pero no. A veces la realidad está un poco más lejos.
Con la libertad de una niña al llegar al campo no dudo junto a sus primos y primas en sacarse la ropa y quedar en bikini para correr, jugar a la pelota y al momento de haber transpirado lo suficiente para sentir calor, tirarse de un clavado a la enorme pileta. Así fue.
La diversión en una pileta con desconocidxs es practicamente inacabable, todo empieza desde jugar a tocarle el pelo a alguien hasta flashear beach voley, cosas símples, divertidas... Pero en un momento Equis comenzó a quedarse sola, sus primxs, más grandes por unos años, empezaron a conversar con unos chicos muy divertidos para organizar una mancha en la pileta, obvio molestando a todxs lxs demás. En el primer turno la quedó Equis y casi casi que gana pero llego antes Nahue, un conocido de la familia, después la quedaron todxs lxs demás hasta que se fue desgastando la energía de todos y todas, pero algo sucedió y fué lo que generó que el juego terminara, por lo menos para Equis, que mucho no entendió.
La quedaba uno de los chicos que recién conocían, tendría unos 14 años, no más, pero era el más grande de los que estaban jugando. Estaba persiguiendo a todos hasta que tuvo más cerca a Equis. Ella era muy rápida, una energía y destreza tremenda, por lo cual lo llevó a pasear por, masomenos, toda la pileta enorme. Parecía una suerte de expresión de algún sentimiento encontrado porque de a ratos Equis miraba para atrás y sonreía: el sonreía, algo la hacía sentir atraída, quizás un poco, como en los cuentos que Disney relata de princesas y príncipes que se encuentran y juegan y se enamoran y viven en un castillo y se llena de fuegos artificiales. Ojalá hubiese sido una atracción mutua o un sentimiento encontrado, pero fue muy lejos de eso. En la enormidad de la pileta había espacios vacíos donde no había gente cerca y uno de ellos fue un rincón donde Equis comenzó a agitarse y el adolescente logró alcanzarla, para ese entonces, después de tanto revoloteo, los demás primos y amigos estaban riéndose y hablando de vaya a saber qué, pero ya no estaban jugando, solo habían quedado Equis y el chico que se perdieron en ese juego de ver quién era más rápido.
Llegó ese momento, ese rincón donde Equis se cansó y quería respirar un poco, pero el chico se acercó más de lo normal. Ella no entendía, nunca lo entendió, si era una niña, qué carajo iba a ver más allá del sueño de Disney. Pero no era Disney y estaba entre las esquinas de una pileta que no tardó en tornarse fría, sucia e infernal. El chico comenzó a tocarle la bikini turquesa, más preciso le recorría las tiras que sujetaban el borde de la bombacha, ella miraba y no entendía por qué (quizás le gustaban los moños), pero esas manos frías con uñas comidas empezaron a tocar el cuerpo de Equis, empezaron a tocar de manera bruta, dolorosa cada parte, y en cuestión de segundos sintió esos dos dedos fríos, ásperos, lastimosos, torpes y dolorosos entrando y saliendo de su cuerpo: ahí algo le dolió y pataleó, salió nadando mientras él la perseguía y fue al baño a refugiarse.
El momento fue tan raro que ella no sabía como expresar lo que pasaba: "Un nene toco mi cuerpo", (pero cómo, pero por qué, si cuando hay escenas de sexo le tapaban los ojos, esas son cosas que están mal, esas son cosas que no se hacen.. ) Fue tanta la vergüenza y el pudor que ella sentía con lo que habían hecho en el cuerpo que se lavó la cara con agua fría, esperó a que el llanto no se sostenga más y fue a comer algo con sus tíos. Ellos le preguntaron si le había pasado algo en los ojos, pero no dudaron en afirmar que el cloro podría haber causado algún daño.
Así fue como nunca nadie supo lo que le pasó a Equis esa tarde en la pileta y como siempre resultó tan enigmático el pudor, el odio y la vergüenza para con su cuerpo. Que la llevaron a cortarse, a evitar comer o comer demasiado de golpe, a sentirse mal con todo muchacho que se le acerque. Así fue como se marcó su vida.

Acoso

Ese es el nombre con lo que ella sufrió, con ese hecho que le marcó una enorme parte de su persona. La acosaron, de niña. Y algo que ella nunca entendió lo transformó en negativo en su vida pero lo pudo solucionar.
El acoso convive todos los días y es moneda corriente. No se trata de violar sexualmente o no, no. Muy lejos de eso. El que hoy esboza un piropo fuerte no es el violador de mañana pero es sí el que día a día va sembrando en personas una cultura, un sentir y un hacer. Siembra en las venas humanas el discriminador, el estereotipo, la cultura de la mujer como objeto y los cuerpos como herramientas de una sola acción. Esa cultura que divide, discrimina, golpea, mata pero nunca muere.
Naturalizar el acoso lastima. Lastima más que todo golpe físico, transformar la cultura es lo necesario para reconsiderarnos y entendernos como humanos, como seres sociales, como miembros de una sociedad y de unas normas, que más allá de las jurídicas. Las normas sociales hoy perdonan, blindan y hasta justifican cada acoso. Si decimos "ni una menos" por casos de femicidio es necesario decir "ni una más" ante cada mujer estigmatizada, etiquetada, acosada, violada, perseguida y oprimida.